miércoles, 17 de febrero de 2010

Paseo por Garnata

Cruzo las calles mojadas del Realejo, en un extraño día de Otoño.
Llego a una Plaza donde oigo a unos turistas japoneses y una chica norteamericana comentar algo de una estátua.
Me acerco y les saludo, explicándoles que el tipo de la estátua, pese a su vestimenta no es un musulman como ellos piensan. Que están en Granada, cerca de la Alhambra, pero ese tipo es Yehuda Ibn Tibon, un geógrafo y escritor judio. Sonríen y me piden que le haga una foto y tras despedirse amablemente los veo alejarse, comentando que estoy equivocado.
Vuelvo a encender mi Mastro de Paja, cargada con Balkan Sobranie y me quedo mirando a mi antepasado... ¡Shalom Yehuda!, sigo mi periplo.
Más tarde, entre la humedad de los jazmines luneros y las hojas caídas del Albayzin, el latakia me envuelve como en un sueño que me traslada a una profunda en infinita sensación de felicidad compartida.
Y siento en mi alma lo que debió sentir Federico García Lorca cuando se perdía entre los mil y un perfumes de Garnata, alegría, música, amor por una ciudad que siempre será ese amor que cualquiera cree inalcanzable, pero que de pronto te invade y existe.
Pienso en una ciudad que huele a incienso en Primavera, rosas, jazmines, azahar, que huele todo el año a especias, que esconde rincones para enamorar y dejarse amar.
Saludo a mi amigo Sami, que se afana en ordenar su mercancia de los paises árabes para venta a turistas y mientras nos tomamos un rico té con hierbabuena nos congratulamos de que haya personas en este mundo que no toman todo de modo radical. Es ese punto que buscamos parecido a ese aurea mediocritas, ese dorado término medio que nos aleja del paroxismo integrista.
Mira por donde, alguien se nos acerca con paso firme, una sonrisa de satisfacción y se une a nuestro rito del té.
Salva, Don Salvador en su Iglesia nos hace algún comentario que nos lleva a una risa interminable, somos en fín, tres culturas, pero sobre todo: Tres amigos.
Me despido de ellos, no sin visitar a otro amigo que todavia trabaja en su taller de taracea artesanal, como él dice, no de la industrial y se lamenta de la mala follá de las máquinas. Que se lo digan a su primo, que ya casi no vende guitarras artesanales y su hijo trabaja en un banco, que es más de señoritos.
Os contaría más, pero por hoy lo dejo, mientras veo el atardecer a cientos de kilómetros en la Mancha de Don Quijote, en la que vivo mi particular diáspora y el Balkan Sobranie se me acaba.
El alargado recuerdo de mi padre y la voz de mi madre en el frio vacío del teléfono me acunan en el sueño que mañana recordaré, con la ilusión de mis paseos de niño granaino, a cuestas con mi mala follá.
Shalom.